Ofreced, hijos
de Dios, ofreced la Preciosísima Sangre del Cordero divino por las almas,
ofrecedla asiduamente, porque Él es el Salvador del mundo y sigue y seguirá
salvando hasta la consumación de los siglos. Yo, Miguel Arcángel, os hablo.
El poder de
salvación de Jesucristo, el hijo del Altísimo, es único, nadie más que Él puede
salvar, pero vosotros hijos queridos de Dios, debéis ofrecer Su santísimo y
sagrado Cuerpo y Su Preciosísima Sangre por esta intención. ¡Salva almas, divino Redentor! debéis
decir, porque esa es Su misión, su vocación específica, salvaros cuantas veces
hagan falta del pecado, del odio, de las trampas de Satanás, y de todo lo que
sea un mal para vosotros y vuestra salvación. Yo, Miguel Arcángel, os hablo.
Todo aquel que
me invoque y pida mi protección la tiene asegurada, porque mi misión es
protegeros del enemigo mortal que no para ni descansa para poneros
zancadillas, para equivocaros en vuestras decisiones, para que vayáis por
caminos erróneos y os perdáis eternamente. Por eso, hijos de Dios, invocadme a menudo
pidiéndome protección que esa es mi misión, la de protegeros y ayudaros contra
el Maligno que tanto os odia.
Yo no soy
salvador de las almas, solo Cristo es el
Salvador, yo soy protector vuestro, y quien acude a mí no se ve nunca defraudado.
Invocadme como protector de vuestras familias contra el mal satánico, y quien
pueda que tenga una imagen mía o poster en su casa. Yo, Miguel Arcángel, os
hablo.