Hijos de Dios, cuanto perdéis el
tiempo y cuanta gloria accidental si os salváis vais a perder en la eternidad,
porque os esforzáis poco en la santidad y os empleáis poco en este asunto que
es trascendental. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Cuanto tiempo empleáis en tener el
cuerpo en forma, con ejercicios, dietas y cuidados especiales, pero nos os preocupáis
apenas del alma porque vivís como si no la tuvierais. Luego os vienen las pruebas,
algunas muy duras, y si las sabéis sobrellevar y ofrecerlas a Dios por el bien
de la Iglesia y la salvación de las almas, entonces, El os reconocerá vuestras
disposiciones en el sufrimiento que os predispone a la salvación eterna. Yo,
Espíritu de Dios, os hablo.
Todo lo que recibe cada persona o
familia, es siempre para vuestro bien, pero hay males que no vienen de Dios,
sino que son suscitados por el Maligno que os quiere perder eternamente y
torturaros en esta vida lo que pueda. Por eso, hijos de Dios, vivid con el alma
limpia y sana de cosas malas, como vicios que os debilitan, costumbres que no
os ayudan apara nada. Crearos buenos y santos hábitos, al principio cuesta pero
luego se os hacen llevaderos. No holgazaneéis, sed diligentes y emplearos en
cosas provechosas, tanto materiales como espirituales. Leed libros buenos que
os formen y que os edifiquen, porque si leéis basura, basura engendrareis. Yo,
Espíritu de Dios, os hablo.
Fomentad sanas y santas amistades y
sed vosotros también para otras personas buenos amigos y amigas. Que cuando os
necesiten os encuentren y que les deis paz y confianza, para que cuando pasen
momentos de prueba y dolor, sepan que en vosotros encontraran ayuda y
comprensión. María Santísima era una vecina excepcional en su entorno. La gente
veía en Ella una bondad inusual y un trato especial, porque nunca habló mal de
nadie y nunca rechazó ni se desentendió de ayudar a nadie. Ella tenía un gran
espíritu de servicio y gozaba ayudando a los demás. Yo, Espíritu de Dios, os
hablo.
Y vosotros hijos de Dios debéis
imitar a la que también es vuestra Madre y entregaros al amor del prójimo sin
requisitos, ni condiciones, porque en esa entrega daréis alabanza y gloria a Dios.
Yo, Espíritu de Dios, os hablo. La paz y la bendición de la Santísima Trinidad
esté con todos vosotros.