Poderosos, hijos de Dios,
son los sufrimientos cuando se padecen en estado de gracia y en comunión con Dios.
Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
No temáis cristianos
padecer penas o amarguras, porque si supierais el valor meritorio de las mismas
cuando se vive en Dios, vosotros mismos las pediríais y os sentiríais mal veros
exentos de ellas. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Los grandes santos
comprendieron el valor y la necesidad del sufrimiento, ellos no solo los
padecieron sino que los desearon y hasta los pidieron, pero Yo os digo no hace
falta que pidáis nada, solo aceptar lo que Dios os mande con resignación y
hasta con alegría, porque Dios aplicará ese apostolado del dolor a almas muy
necesitadas de oración y raquíticas por falta de méritos, de fe y de penitencias.
Por eso, el
sufrimiento sobrellevado como Dios desea es un arma eficacisima para espantar a
los demonios y un camino excepcional para ganar la Vida Eterna. Dios sabe muy
bien que es lo que os tiene que mandar para salvaros, vosotros solo teneis que
aceptar lo que Dios disponga, pero aceptarlo ejemplarmente, porque El os dará
las fuerzas necesarias y la resistencia para soportarlos y para que os
santifiquen.
No pretendáis saber
más que Dios, el es vuestro Padre y desea lo mejor para vosotros, mucho más
bueno que los padres biológicos y mucho más sabio, El desea vuestra salvación,
vuestro bien, y vuestra felicidad, pero la felicidad que El desea para vosotros
es la felicidad que nunca se extingue y que es la Vida Eterna. Yo, Espíritu de
Dios, os hablo y os instruyo.