Hijos
Míos, quisiera recomendaros que tengáis la santa costumbre de confesaros más
asiduamente. Yo, Jesús, os hablo.
No debéis
prolongar tanto una confesión de otra, porque aunque creáis que estáis limpios,
no lo estáis. Por tanto, acostumbraos a confesar más a menudo para que este inmenso
sacramento os fortalezca contra las tentaciones y asechanzas del demonio, y
para que os aumente la gracia santificante. Yo, Jesús, os hablo.
Decís:
No tengo pecados, y no es verdad.
Desde que os levantáis hasta que os acostáis si bien aunque no tengáis pecados
mortales, tenéis infinidad de pecados veniales, y debéis acostumbraros a
confesarlos también, para así ir adquiriendo santas costumbres en orden a la santificación
de vuestras almas. Quien se confiesa asiduamente lo nota en su carácter y
virtudes. Se da cuenta que va superando batallas que Mi enemigo mortal le
presenta, se apega cada vez menos a este mundo y vive con la esperanza puesta
en la Vida Eterna. Yo, Jesús, os hablo.
Si
esto va para los seglares, no digamos ya para los sacerdotes cuya confesión
debería ser semanal, pues ellos celebran el Santo Sacrificio y deben hacerlo en
condiciones óptimas para consagrar. Así que hijos Míos, haced caso de este
consejo que os doy y que es importante que cumpláis, porque nada deseo más que
lleguéis a la Vida Eterna impecables para que vuestro Purgatorio sea llevadero
y breve. Yo, Jesús, os hablo.
Hay
católicos que detestan el Sacramento de la Penitencia y hasta creen que es una
invención de los curas. Pero hijos ¿cómo podéis pensar así ante un sacramento
tan sublime como el que instituí, para daros la paz del alma y haceros fuertes
ante la tentación y las pruebas de la vida?
Todos
los sacramentos son santos y muy beneficiosos, no debéis quitar uno y escoger
otro, todos son necesarios. Pero cuando vengáis a recibirme en la Comunión
hacedlo con el alma limpia de rencillas, de dudas, de habladurías ajenas, no
quiero que Me recibáis manchados, aunque si bien es verdad que esas cosas no
suelen llegar al pecado mortal, algunas pudieran serlo si las habladurías, las
rencillas, las dudas sobrepasan un límite moderado. Yo, Jesús, os hablo.