En el tren de la vida hay muchas vicisitudes, hay paradas buenas y hay paradas
dolorosas, que os impiden caminar con relajación el camino por el que vais.
Todo es un equilibrio que os hace estar en alerta constante, porque hijos
de Dios, debéis de tener momentos buenos, momentos menos buenos, y momentos
nada buenos, pero todo lo dispone vuestro Padre Celestial para vuestro bien,
aunque no lo entendáis, aunque no os guste, aunque parezca que os ha olvidado.
Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Debéis seguir vuestro viaje sin desanimaros, ofreciendo a Dios lo que El
haya dispuesto para el viaje, hasta que lleguéis a la meta final que es la
eternidad. El viaje del alma está lleno
de contrariedades, de gozos y de llantos, pero eso es normal y lo importante es
que sepáis aceptar cada momento con FE y creer que Dios está con vosotros.
¡Cuánto pasaron José y María con la pérdida del Niño divino! Ellos lo
buscaban y sufrían lo indecible, pero ellos no perdieron la fe en Dios y no pararon
hasta que lo encontraron. Por eso hijos de Dios, debéis seguir trabajando lo mismo
y con la misma entrega en los momentos de aliento y en los momentos de desaliento,
sin perder la fe de que todo lo dispone el Altísimo para vuestro bien y el bien
de las almas. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
La pérdida del divino Niño fue para la Sagrada Familia un dolor inenarrable.
¿Quién puede sopesar lo que pasaron en esos tres amargos días y tres amargas
noches? Ellos clamaban a Dios Altísimo y suplicaban su encuentro, pero no se
cruzaron de brazos, pusieron lo que estaba de Su parte para encontrarlo, y
cuando lo encontraron y además sentado entre los Doctores (Lc 2,46), percibieron
que Su Hijo se debía a la misión mesiánica que traía, y aceptaron la prueba con
inmenso amor. Otras pruebas tuvieron que no están escritas, ni reveladas, pero
que en la eternidad las conoceréis. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Así pues hijos de Dios, que no os desaliente el no entender, que no os
desanime la oscuridad que en determinados momentos tengáis, Dios está sobre
vosotros y no aparta ni un solo instante Su mirada, pero vosotros debéis de
creer que es así, y que Su paternal providencia cuida de vosotros y todo lo
dispone para más corona y más fortaleza. Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os
instruyo. Paz a todo aquel que leyendo este mensaje lo cree y lo pone en práctica.