Hijos de Dios, cada día estáis
más cerca de la gran tribulación que debéis pasar, para asentaros en vuestra fe
y para apartar el trigo de la cizaña. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Pero vivís igual, sin aumentar ni
la penitencia, ni la oración. Sin renunciar a vuestros placeres cotidianos,
bebiendo y comiendo sin sobriedad, discutiendo hermano contra hermano y eso no
es buena señal para vosotros, porque hijos de Dios, debéis limpiar vuestra alma
de toda querella y debéis adquirir buenos y SANTOS hábitos, porque todo ello os ayudará después a pasar más llevaderamente la tribulación que os espera y que cada día
está más cercana. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Muchos, muchos, no creen en estas
cosas y hasta se mofan o hacen chistes
de ellas, pero cuando llegue lo
establecido por Dios para el bien de la Iglesia, de las almas, de la Humanidad,
entonces de nada servirá lamentar, porque ahora que es tiempo de sembrar bondad
y méritos, desperdiciáis este tiempo y lo empleáis en frivolidades y en dar
gusto a vuestro cuerpo en todos los campos. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Cuantas veces se os ha dicho que vayáis a los pies de la Inmaculada y que le
pidáis ayuda y os entreguéis a Su
servicio. Que recéis el Santo Rosario, que os preparéis con lecturas santas y
la Palabra Divina, pero esto os suena a hueco, porque el peor sordo es el que
no quiere oír, y el peor ciego es
el que no quiere ver. Yo, Espíritu
de Dios, os hablo.
Hijos de Dios, practicad los Sacramentos asiduamente en las debidas
disposiciones. Poned en práctica la doctrina de la Iglesia Católica "sin
quitar ni añadir nada" y sed hijos verdaderos de Dios, no sólo de nombre
sino de obra, porque vuestro Padre Celestial está en el Cielo y no dejará
abandonados a su suerte a aquellos que sean verdaderos hijos de Él. Yo, Espíritu
de Dios, os hablo.
Amad, hijos, a vuestros semejantes, incluidos los que os han hecho mal.
Amarlos no quiere decir que tengáis que
relacionaros con ellos, quiere decir que recéis por ellos, y sobre todo, que
pidáis al Cielo toda clase de bienes para ellos. Perdonad de corazón a vuestros
cónyuges separados, a vuestros hermanos biológicos, a vuestros compañeros de
trabajo y amistades, que para lo que va a venir, para nada os servirán
herencias, ni bienes a los que creéis
que tenéis derecho. El único bien que os es necesario es la fe y el amor a Dios
y al prójimo. Yo, Espíritu de Dios, os
hablo y os instruyo. La paz de Dios sea a todo el que crea y ponga en práctica
este mensaje.