Hijos de Dios, vosotros que ambicionáis a tener
toda clase de bienes y riquezas, que deseáis poseer fama, gloria, notoriedad,
no sabéis apreciar que el don más grande que una persona puede poseer es la
gracia santificante. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
No hay tesoro comparable a la gracia santificante que es el don de la vida divina en vuestras almas, es la participación de la misma vida de Dios en vosotros (CIC 1997). Pero esto no lo sabéis apreciar porque os falta Mi luz y Mi discernimiento. Y como vivís embotados por el vicio y el materialismo, las gracias celestiales no las buscáis, ni las deseáis, ni las entendéis. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Pero ¡ay de aquel que culpablemente pierde este
don! porque pierde el mayor de todos los dones y arruina su alma, que es
inmortal, por bienes terrenales caducos. Yo, Espíritu de
Dios, os hablo.
Hijos de Dios, cada día que pasa es un día menos
que os queda de vida y no abrís los ojos, porque nuestros mensajes, las
homilías de tantos buenos sacerdotes, la Palabra Divina, no os despiertan de
vuestro letargo espiritual, y estáis dormidos sin reaccionar, sin comprender
que os puede faltar tiempo para reconvertiros, y Mis mociones no os despiertan
del sueño letal en qué estáis sumidos, porque oís más la voz del enemigo mortal
de las almas que la Mía, que Soy el Santo Espíritu.
Por tanto, hijos de Dios, tratad de reflexionar e
iniciar de vuestra parte el primer paso, que el resto Yo, Espíritu de Dios, lo
haré. Pedid perdón a Dios de vuestros muchos pecados, no sólo de acción sino de
omisión, y blanquead vuestras almas en el Sacramento de la Penitencia. Poned de
vuestra voluntad el arranque para emprender una nueva vida, y Yo, Espíritu de
Dios, os ayudaré con Mi gracia. Yo, Espíritu Dios, os hablo. Paz a todo aquel
que leyendo este mensaje lo cree y lo pone en práctica.