Fe, esperanza y caridad, tres virtudes que llevan al alma a las más altas cotas de la perfección. Porque hijos, la fe bien vivida, la esperanza en su plenitud y la caridad actuando en las almas según el amor que se tenga a Dios y al prójimo, son escuelas perfectísimas de santidad y de gran mérito por parte del alma. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Hijos de Dios, al alma que vive normalmente en estado gracia y trata de evitar el pecado, incluso el venial, para vivir en estrecha unión con Dios, Yo, Espíritu de Dios, la colmo de toda clases de dones y virtudes para que su realización como hija de Dios, se haga perfecta y llegue al máximo (de santidad) según sus disposiciones. Estas tres virtudes teologales que hacen que la vida espiritual sea fructuosa, yo las dono a las almas que viven en comunión con Dios y desean santificarse por el paso de esta vida y por encima de todas la cosas.
Y estas virtudes tan maravillosas, tan sobrenaturales, traen como damas de honor a otras muchas virtudes, y así la fe trae la conformidad, la benevolencia, aceptación de la voluntad de Dios, (entre otras). La esperanza trae alegría, trae disposiciones para librar batallas negativas que pueden suceder en el alma, (entre otras) y la caridad trae el bien de las almas, trae la paciencia, el servicio a los demás, la disponibilidad, y tantas, tantas cosas. Porque estas tres virtudes traen otras muchas virtudes que son como los frutos de ellas tres. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
La vida espiritual del alma no es solo vivir en estado de gracia y ya está, se debe tender a vivir cada más en unión con Dios y sus deseos, porque el Redentor os dijo: sed perfectos, y cada día debéis tender no solo a evitar el pecado mortal y venial, sino también (a evitar) las faltas e imperfecciones que tanto afean al alma a los ojos de Dios. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
He aquí lo que era la Virgen Santísima , un cúmulo de perfecciones, y a todas horas, y en cada instante, Sus acciones daban gloria a Dios, porque Ella tendía siempre a moverse en los brazos de la Providencia y a aceptar en cada instante su Divina Voluntad. Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os asesoro.