Muchedumbres de
almas en todas las generaciones se condenan por no querer poner nada de su
parte en lo que a salvarse se refiere, y así, pasaron la vida tonta, como
autómatas, envueltos en una apatía o desidia tal que su misma indiferencia le llevaron
al abismo eterno, cuando hubiera sido muy fácil para sus almas salvarse.
Nunca nombraron el Santo Nombre de Jesús con amor. Nunca dieron gracias a Dios por sus bienes y su existencia. Nunca se preocuparon del sufrimiento ajeno y vivieron su vida tan personalmente que pasaron la misma sin hacer ni el bien, ni el mal, pero sin un ápice de fe. Yo, Jesús, os hablo.
De esas muchedumbres algunos se salvaron en el último instante al preocuparse sus familiares de darles la Unción de Enfermos y, con la gracia del Sacramento, en el instante final de su vida, hicieron que interiormente fijaran sus mirada en Dios Todopoderoso y le dijeran “perdón Dios Mío” ”ten misericordia de mí”.
Por eso, hijos Míos, hijos de Dios Altísimo, ved que importante es llevar un sacerdote en los últimos días de un moribundo, y sobre todo, en los últimos momentos, porque aunque haya pasado una vida baldía en lo que se refiere al Reino de los Cielos, si en el último instante vuelven su mirada a Dios, ese instante les puede cambiar el destino eterno, que ya luego Mi misericordia los purificará en el Purgatorio el tiempo que sea necesario, aunque si ofrecéis sufragios, indulgencias y sobre todo Misas, adelantareis la hora de la liberación de esas almas. Yo, Jesús, os hablo.
Mi Corazón Divino lo que más desea es que os salvéis, porque la eternidad no tiene fin, y una vez en ella, no se puede salir del estado en que entréis, sea dichoso o de reprobación. Así que hijos, llevad a vuestros enfermos y ancianos a los sacerdotes. Ayudadles para bien morir, no tengáis reparo, y si ellos no pueden ir porque están impedidos, llevadles al sacerdote a casa de en vez en cuando, pero antes preparadles vosotros para que lo reciban con alegría y no con rechazo o miedo. Yo, Jesús, os hablo.
Hijos, amad en Mi Corazón a vuestros enfermos y agonizantes, no solo los atendáis físicamente. No os olvidéis de sus almas y encomendadlos a Mi Santa Madre una y otra vez. Yo, Jesús, os hablo y os bendigo.