Hijos de Dios. Soy José
el esposo de María Santísima y padre adoptivo de Jesús el Redentor. Me dirijo a
vosotros para deciros que muchos tenéis las arcas vacías y que debéis procurar
llenarlas de méritos, obras buenas y la práctica de los sacramentos, porque
hijos, la vida es efímera y como venga el esposo (Mt 25,6-10) y os encuentre así
se llevará un desencanto muy grande y no tendrá más remedio que usar de su
justicia. Yo, José, el esposo de María, os hablo.
Todos hemos tenido
que pasar por esta vida y ser probados por el Altísimo para poder merecer el Cielo.
Yo también fui probado y tuve pruebas muy duras, y las superé todas porque me podía
más el amor a Dios que ninguna otra cosa y, aceptaba humildemente lo que El
disponía en mi vida. Y ved que quiso hacerme padre adoptivo de su divino Hijo Jesús,
algo que a mí me impresionó, habiendo como había tantos israelitas merecedores
de esta misión y de este honor. Y vivir con el
pequeño Redentor fue para mí un Cielo adelantado y gozo que no puedo
explicar con palabras, aunque quiso Dios no eximirme de pruebas de fe y demás.
Pero mi esposa
santísima siempre con su corazón puesto en el Cielo y su alma entera perteneciendo
al Altísimo, fue para mí la mejor escuela que pude tener, porque su fortaleza y
virtudes en todos los aspectos, me ayudaron mucho en mi paso por la Tierra, aunque
Ella se sometía a mí y siempre hacia lo que yo sugería, sin discutir ni poner
en entredicho nada de mis decisiones.
Hijos de Dios, hoy en
día los matrimonios discuten por nimiedades, por cosas insignificantes de las
que hacen montañas, y se rompen los lazos matrimoniales con tanta facilidad que
se está convirtiendo este planeta en un sinfín de matrimonios rotos que luego
se vuelven a unir a otra pareja, y
muchos, vuelven a romperse de nuevo. Esto hijos de Dios no lo quiere el
Altísimo, y me manda para deciros que defendáis vuestras familias, vuestros matrimonios,
que si no estáis casados sacramentalmente lo hagáis, que os améis y que os
perdonéis los fallos mutuamente y cedáis mutuamente. Porque lo que quiere el demonio
es extraviaros y os mete toda clase de cizaña. Así que hijos de Dios no le
consintáis ese juego, y no se le secundéis, sed humildes y ceded mutuamente,
que Dios os dará la gracia para llegar al final de vuestra vida con las manos
llenas de méritos y vuestras arcas rebosantes. Yo, José, hijo de David, el
esposo de María Santísima, os hablo.